Por Guillermo Cifuentes
“La práctica debe ser edificada sobre una buena teoría”, Leonardo da Vinci
A casi cincuenta y siete años de que “todo continuó” parece absolutamente imposible que alguien responsable y con una gota de sensibilidad insista en continuar la maratón presidencial. Mediante esa práctica, ajenos a todo pensamiento crítico y sin ninguna vocación de cambio, se sigue impidiendo ver ideas que inspiren el avance político.
En esta coyuntura el problema es mucho más serio que la discusión acerca de quién se hace cargo de cantar el réquiem de la Marcha Verde o de la frivolidad perpetua y cíclica de la unidad de la oposición. Tengo la impresión de que se están amontonando las preguntas y de que entre tantos temas desdeñados escasean las respuestas, pero no porque sea difícil encontrarlas: escasean sobre todo porque no se buscan. Lo peor es que eso está en el espíritu del sistema político, en lo que motiva no solo la participación política sino también en la forma en que ésta se consigue. Hasta ahora el éxito ha consistido en decir lo que conviene para llegar mejor a fin de mes, a fin de año y hasta al fin del gobierno. Así las cosas, la prolongación de los gobiernos es una necesidad para quienes se han instalado y un desastre para quienes aspiran simple y llanamente al reemplazo. Y hago esta observación pensando no sólo en los políticos, aquí va especialmente a los cronistas, opinólogos, comunicadores y académicos que parecen haber abandonado todo aporte creativo para aportarse “algo”.
A nivel planetario están apareciendo una serie de fenómenos sociales y políticos que nos parecen incomprensibles. En América Latina y en países como Chile, por ejemplo, los resultados electorales resultan de difícil comprensión y, más inexplicable aún, desde el dolor todavía no superado aparece la justificación del genocidio, la xenofobia y el pensamiento fascistoide que encuentra quien lo enfrente “a las patadas”. Sin dudas es el único recurso a la mano mientras no se entienda lo que está ocurriendo. Esa es la situación por la que atravesó un norteamericano borracho que en Dresde, Alemania, se le ocurrió estirar la mano para hacer el saludo nazi y fue golpeado por un transeúnte el último sábado de julio de 2017.
Aquí el asunto es mucho más delicado puesto que los problemas de la democracia del siglo XXI son imposibles de abordar sin haber intentado resolver los problemas del siglo XX, esos de la transición sin clivajes, del borrón y cuenta nueva o del “padre de la democracia” al que todavía hacen referencia laudatoria políticos que quieren parecer democráticos.
En esta confusión, aparente o real, nos encontramos con afirmaciones acerca de la participación política de quienes niegan el genocidio con recetas tan superficiales como irresponsables: “En una democracia tendría derecho a ser candidato”… Es probable, pero en una democracia lo verdaderamente decisivo es que muy pocos apoyarían a un personaje con esas cualidades y que a ningún opinólogo con alguna pretensión de hacer el bien se le ocurriría hacer público un argumento de ese tipo. Todo lo anterior en un contexto en el que todavía está pendiente definir si acaso el régimen político y el sistema dominicano son en realidad democráticos, puede cualquiera intentar hacer el ejercicio de encajar las características del sistema con las características de la democracia.
Sin duda enfrentamos cambios que no están siendo apropiadamente procesados por la sociedad y especialmente por los sectores populares. Hablamos de las migraciones, del aumento de las noticias falsas y de la frustración de los países cuando han intentado reconciliarse con su propia historia. Todo nos tiene frente a una realidad mezquina, violenta y negadora de derechos que insiste en mantener la clave de su éxito: que parezca incomprensible y perdurable.
“En Alemania, si alguien negara el holocausto e hiciera apología a Hitler, estaría preso”, declara la diputada chilena Carmen Hertz, citada por “The Clinic”.
El economista Manuel Riesco, en ese mismo medio hace un aporte que considero importante y una muy buena ayuda al anotar que “La expresión del fascismo en nuestro país es el Pinochetismo”.
Puede usted cambiar Pinochetismo por Trujillismo y aun cuando alguien reclame -pues el paralelo no es absoluto- lo innegable es que sí son iguales en su crueldad, en su odio visceral por el ser humano, en su vocación criminal y en el desprecio por la democracia.
En la entrevista citada Manuel Riesco, continúa diciéndonos como dejándonos una tarea, que “El fascismo resurge cada vez que, vale la pena reiterar, las sociedades enfrentan crisis que atemorizan al pueblo y éste percibe que sus dirigentes no las están atendiendo de modo debido, lo que se agrava si esas mismas élites son percibidas como venales y peor aún si pasan a llevar creencias y costumbres populares atávicas”.
Es cierto que hace falta espolvorear algo de ideas nuevas para comprender lo que está ocurriendo, no es Lenin, el que va a venir en nuestra ayuda. Ante el avance del fascismo y la adhesión popular que tuvo en sus inicios, Gramsci, se consagró como un mejor aliado pues fue capaz de identificar la importancia de la cultura para el cambio social. Y la historia ya es suficientemente pródiga en ejemplos que nos demuestran que:
Para que haya democracia es absolutamente insuficiente que los adversarios políticos no desaparezcan o no sean asesinados.
En otras palabras y en el mejor espíritu gramsciano: no se nos domina sólo a palos.